Corría marzo de 1985. Primer cumpleaños de la primaria. Supongo que me habrá costado horrores ir y que no habré sido consultada por mis padres, no dudo que hubiera elegido no ir. No porque recuerde no haber pasado un lindo cumpleaños rodeada de mi nuevos compañeritos; sino que con el paso de los años conservo intacta mi timidez. Así que puedo calcular exactamente que no habré jugado con nadie.
Mamá cuenta siempre la misma anécdota cuando se refiere a ella.
Era la hora indicada de pasar a buscarme por la fiestita. Tocó el timbre de la puerta y al abrirse, por debajo de la mamá de la cumpleañera, asomó su cuerpito con una sonrisa enorme y un buzo que decía su nombre: Amaya. Quienes vivimos nuestra infancia por aquellos años no nos resulta extraño recordar esas prendas con nuestro nombre grabado...Incluso la felicidad que causaba si alguien por la calle nos saludaba y repetía nuestro nombre, casi que era la sensación mas parecida a la fama que podíamos alcanzar.
Volviendo a la anécdota de mamá, no habrá imaginado por entonces que esa no era la única vez que la vería a ella. Ni mamá, ni papá ni la abuela María sospechaban que aquella nena de sonrisa contagiosa y ojos color celestes, se convertiaría con los años su otra hija, su otra nieta...
No tengo precisión de cuando comenzamos a jugar. Pero si recuerdo las tardes después del colegio yendo a su casa a tomar la merienda, casi siempre el día permitido eran los viernes. También ella venía a jugar a la casa de la abuela María, algunos juguetes habían ya que pasaba mucho tiempo al cuidado de mi abuela. Lo mejor era cuando se acercaba la hora que la venía a buscar su mamá y casi siempre ese momento se traducía en una larga hora. Hablaba mucho con mi abuela su mamá...y no faltaba la tradicional copita de licor que se tomaban juntas mientras nostras terminábamos de jugar. Era casi un ritual que aún recuerdo, mi abuela abría el armario con una llavecita que estaba en el comedor, sacaba el Tía María con las dos copitas, a veces también la convidaba con unos bombones ecuatorianos (bueno eso era lo que yo creía, hasta que los ví en una vidriera de esas casas de vinos finos y demás), y además nosé si coleccionaba, pero siempre tenía tarjetas estilo cumpleaños, de amor...sin escribir y se las regalaba a Amaya.
Después de un sin fin de viernes jugando en cualquiera de nuestras casas, y ya cuando nuestros padres se conocían, vino nuestro primer día de juegos que incluía un extra: Amaya se quedaba por primera vez a dormir en casa, pero lo malo era que al día siguiente, sábado debíamos ir a un acto del colegio! Nosotras no sabíamos nada de "dormir temprano que hay que madrugar", así que nos ingeniamos muy bien para esa noche pasarla genial.
Casi como de contrabando, Amaya sacó una de sus historietas de Mafalda, y comenzamos a leer. Ella me escuchaba el relato mientras bajito yo leía. "Acá dice pedante", Amaya me pregunta ¿qué es pedante? con seriedad y convicción le respondí: una persona que se tira pedos!
La noche siguió entre guerras de olor a pata y demás...y es un secreto casi que no podemos revelar...Papá creo que se levantó para decirnos que durmiéramos, creo que así fue, porque esa no fue la única noche que Amaya se quedó a dormir y no dormimos, y aún hoy con veintipico de años más se siguen levantando de noche a decirnos que bajemos la voz..."que mañana hay que madrugar", mientras calculo que mamá sigue recordando la primera vez que vió a Amy.
Tati.-
lunes, 16 de marzo de 2009
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