martes, 17 de marzo de 2009

Las escaleras

Bajaba tan rápido las escaleras que parecía una ejecutiva en pleno centro porteño. Sinembargo, tenía apenas unos sies años.

Vivía ocho pisos más arriba, en un departamento pequeño pero sin dudas tenía la mejor vista de todo el edificio. Mucho tiempo antes, que verla bajar de prisa las escaleras, con mamá nos sentábamos a contemplar la ciudad que se dejaba ver por el ventanal de aquellas escaleras...para mí era como ir de excursión hasta el noveno piso, y no sospechaba que ella vivía al otro lado de la vuelta de la escalera.

También antes que ese día, un día de visita a la terraza, ella estaba ahí, me invitó a jugar un rato pero mamá no quizo dejarme sola (¿tal vez la hubiese visto trepar por la ventana? como solía hacer a escondidas de su mamá).

Pero ese día en la escalera, puede ser que una fuerza extraña a mí se apoderara de mi timidez y la arrollara escalón por escalón, y le pregunté: ¿querés ser mi amiga?, ella no se acuerda...pero es de suponer que me dijo que sí porque hay en mi memoria tardes jugando en la puerta del edificio, no recuerdo bien a qué...aunque si me acuerdo de los juegos a la vuelta de la esquina cuando no había miradas sobre nosotros. Lo más grave que por entonces podía hacer un niño era jugar al "ring raje", y la señora rubia de vestido de bambula blanco había comprado todos los números! Ella era la "huevona", parece que antes de mi entrada al grupo, los chicos le habían ensuciado a propósito el hall de entrada tirando unos huevos frescos, al menos eso cuenta la leyenda.

Éramos unos cuantos, todos tenían hermanos menos yo. Después se unió a nosotras una vieja conocida amiga de la niña corretona. Había estado en los últimos años viviendo en Bahía Blanca, su papá era militar y le había tocado aquel destino. Pero ahora el nuevo destino la traía a Capital, a ser miembro de ese grupo donde todos tenían hermanos, menoso nosotras. Vivía dos pisos debajo de mi departamento, y mi cuarto asomaba a su patio. Habíamos creado un nuevo "código morse" que no era tan secreto porque a la hora de usarlo despertábamos a todos de la siesta. Dejamos de usarlo, no por practicidad sino porque ella era más grande que nosotras...ahora pienso y de seguro un par o quizás tres años más...pero nosotras no habíamos crecido en esos años tanto como ella, ahora ella entraba a la secundaria mientras nosotras seguíamos disfrutando de las interminables tardes de verano en la vereda.

Una tarde, le dije a mi amiga que ya no viniera a buscarme para salir a jugar. Estaba en penitencia por un hecho delictivo! Una hurtadilla de útiles escolares, en asociación ilícita con Amaya y Paola, el proceso y la sentencia: no salir más a jugar a la puerta. Anuque esta historia merece un cuento aparte. Pero sin dudas marcó luego mi primer tristeza en cuanto de amistades se trata. Así como mi timidez se marcó a fuego, podría decir que el olvido de algunas cosas se convirtió en un compañero de ruta. Habían pasado meses en que le había anunciado a mi amiga mi condena, pero también era cierto que había salido por buena conducta. Nos veíamos en la puerta del edificio y apenas entre susurros nos decíamos hola. Otra vez la conocida historia de las escaleras, y apresuré a preguntarle por qué ya no venía por mi, para seguir jugando como antes. Ahí mismo me recordó aquellas palabras mías: vos me dijiste que "nunca más" podías salir a jugar...(y sí siempre fui extremista). "Pero ahora puedo" le contesté...y la vereda fue nuestra otra vez....

Con el paso del tiempo, ya no era una aventura molestar a la huevona. Eran tiempos de bailes en las escuelas, pero sólo los conocía por relatos, porque claro, aún era pequeña para mis padres. De todos modos, y más allá de la cajuela de cristal los chicos ante mis ojos no pasaban desapecibidos. Para ella tampoco. Pero no era por deseo, sino por "status". Era lo más tener grupos de amigos fuera del colegio. Los teníamos, pero eran sus hermanos, y el mío (porque ahora sí yo tenía uno de verdad y no inventado!) era muy pequeño. Así tuvimos nuestro primer grupo de chicos que sólo conocíamos nosotras. Los del barrio. Pero sólo duró un verano.

También en ese verano nosotras crecimos, ella ya no vivía en el edificio, se había ido tan cerca como cruzar la avenida. Pero la vida a veces no te enseña que es cerca o que es lejos. Y como habíamos crecido, casi alcanzando a nuestra vecina de la planta baja, la vereda que nos vió crecer y fue cómplice de nuestros juegos también nos vió partir.

(continuará...)

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